14.8.05

El día que el maestro robo mi diario.

Tras la barda naranja de medio metro, sentada con las piernas dobladas y las rodillas abrazadas, la mirada al frente y los oídos atentos a un idioma que fluye mejor de noche, la lluvia cercana, tierra olorosa y todo cuanto busca a solo unos metros, cercano, abandonado, olvidado, húmedo. Ella no sabía pero debía estar ahí temprano, de algún modo lo hizo contracorriente, sin pensar demasiado, pasar huyendo de los recuerdos, rápido cerrando los ojos sin ser atropellada, pisando con cuidado, reconociendo espejos y rumiando diálogos internos, acompañada al parecer, calles y calles, saludos, semáforos, pisos que reconocen bien sus huellas tristes y las columnas de los edificios que siempre voltean para verla con curiosidad, un ente de escolta hablando, corriendo tras ella mientras flota en los laberintos, ideas perdidas, sueltas, acumuladas a granel, fascinación por las imágenes intrusas, búsqueda casi inconsciente, coches, escaleras, precios… olor a papel barato y ahí estaba para ella, sonriente de pasta dura, letras sobrias con patillas elegantes y gatos intergalácticos color púrpura en la portada, interesante e inalcanzable como todo de cuanto se enamora, piensa rápido, la escolta habla, nunca ha sido muy de planes, vamos que importan los adeudos ya habrá tiempo para ignorar los improvisos, ahora él había regresado a la burbuja para dejar en aquel estante todo cuanto de ella exigía, -vamos… tómalo y empieza a correr- pensó, sonrisa extraña, pantalones caros de pordiosero, calles lilas, muros fríos, ideas frescas, emoción pretérita, ansiedad por las palabras, plazas estrechas y humanos brevemente invisibles, puentes divertidamente grises, escaleras de cristal y mariposas rojas esperándola para volar, pasos violentos y seguros, el libro llevaba un destino, indicaciones al cubo para no fallar, pasó esa puerta disimulada y encontró jardines amplios que guardaban para ella símbolos de luz, pisos frágiles y presencias valientes, otra vez laberintos, incertidumbre y la ausencia esperándola, donde siempre, junto a los sitios vacíos, ojos muy abiertos, redondos, dilatados, abatidos, sonrisa fingida y esperanza llevada hasta las punzadas en las cicatrices en las muñecas, de nuevo respiración lenta y camino de llagas sanadas por un analgésico dolor superior…

Gracias por el artículo! … Doctor pro heroísmo suicidico

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